LA PALABRA SIN LETRAS I

A Jacinto Livia se le derramaba la palabra sin letras entre los dedos, cayendo sobre el papel y dejándole las palmas de sus manos de un extraño azul que le traía recuerdos que no lograba situar. Allí volvía a quedar parada la palabra sin letras, nítida e ilegible.

El rumor de que la palabra sin letras había vuelto a saltar del papel voló de puerta en puerta y entre las ventanas del pueblo. Al tercer día los vecinos se agolpaban en la puerta de la casa de Jacinto Livia, y su abuela le recomendó que saliera y les mostrase la palabra sin letras, tal como hacía su abuelo cada 15 de Julio.

El silencio se apoderó de la calle cuando la puerta se abrió y apareció Jacinto Livia con el papel en sus manos. Lo mostró a los vecinos. Algunos abrían mucho los ojos al mirar la palabra sin letras, y se les quedaba la boca abierta mientras sacaban la lengua, tratando de leer en el aire, manteniendo en tensión sus labios que parecían querer cerrarse. A Dagoberto Davín, pastor de ovejas negras, se le cerró de un golpe la boca y fue tan fuerte el encuentro de sus mandíbulas, que estuvo cerca de cortarse la lengua, rompiéndosele dos de sus dientes. Los vecinos se asustaron y desistieron de leer la palabra sin letras, y poco a poco se fueron marchando murmurando. Dagoberto Davín recogió sus trozos rotos de dientes rotos, le dio las gracias a Jacinto Livia con un manotazo en el hombro y se marchó sonriendo.

Al día siguiente llamó a la única puerta verde que había en la ancha y corta calle que llevaba al Sur del pueblo, donde vivía Jacinto Livia. Dagoberto Davín extendió su brazo, abrió sus grandes manos curtidas por el campo, y le mostró los trozos rotos de sus dientes rotos. Se habían vuelto azules, como el azul extraño de los recuerdos difusos....


escuchando: Sigur Rós - Mílanó